Carta de la Directora
La pandemia cambió el mundo. Todos aquellos referentes con los que actuábamos, pensábamos y, sobre todo, con los cuales vivíamos, no solamente fueron cuestionados, sino que, en la práctica, fueron modificados en un periodo de tiempo muy corto. Quedarnos en casa, aislarnos socialmente, dejar de mostrar afecto físico, dejar de ir a la escuela y al trabajo, cubrirnos para no infectarnos; en fin, una serie de medidas que trastocaron todas las acciones, costumbres, ritos y tareas que, conscientes o no, estábamos acostumbrados a realizar en nuestro día a día.
Todo el mundo coincide con que estamos frente a uno de los momentos históricos más álgidos de la humanidad en el que la incertidumbre, el miedo y el desconocimiento son experiencias genéricas que marcan a cada ser humano según su situación particular.
Escuchamos día a día el número de infectados, personas que fallecen y enfermos recuperados en nuestro país y el mundo. Tenemos información cada minuto y nos llega a través de todos los medios, pero nadie, absolutamente nadie, sabe qué sucederá después de que esta crisis sanitaria termine –si es que será, tal vez, el caso– y que debamos “volver a la normalidad”. Muchas posiciones e hipótesis han surgido: unas pesimistas y negativas que consideran que la explotación, el individualismo, la depredación al planeta y a la naturaleza, el “sálvese quien pueda”, el exacerbado e ilimitado consumismo continuarán e, incluso, se profundizarán en el marco de lo que podría denominarse un estado totalitario aliado a la tecnología (tecno-totalitarismo). Otras más optimistas que consideran que la crisis del coronavirus puede ser un punto de inflexión para que en todos los frentes (Estados nacionales, ciudades, comunidades e individuos) se promueva un mundo alternativo en el cual prime la solidaridad, la resiliencia, el apoyo y el cuidado colectivo, la conciencia ecológica, la justicia y la equidad.
Entre todo esto, el mundo de la educación, la escuela, los procesos pedagógicos y nosotros, los y las docentes, también nos hemos visto afectados en nuestra conciencia, nuestra práctica y, por lo tanto, en nuestra labor. De pronto, sin previo aviso, la epidemia nos deja sin el espacio del aula, nos quita nuestras herramientas de enseñanza, nos replantea los tiempos, los horarios y las prácticas a las cuales estábamos acostumbrados para enseñar; pero, sobre todo, nos aleja de nuestra contraparte más preciada, la que da sentido a la labor que realizamos: nuestros niños y niñas, adolescentes y jóvenes estudiantes.
Sin avisarnos, de una manera repentina, casi violenta, la epidemia y la crisis sanitaria nos pone frente a un computador y nos obliga –sin preparación previa para muchas y muchos de nosotros– a planificar, organizar y dar clases en una modalidad que muy pocos –o en muy limitada medida– conocíamos: la educación a distancia.
Hoy cuando han pasado cerca de 16 meses de interrumpidas nuestras clases presenciales nos preguntamos qué podemos esperar hasta cuando más nos prolongaran esta medida, es que no se dan cuenta que nuestros niños, niñas y jóvenes necesitan regresar a un ambiente donde se les permita crecer claro está dentro de todas las medidas de bioseguridad pero necesitamos que sigan cultivándose en un ambiente comunitario y esta su escuela está esperando por el aval de las autoridades luego de haber cumplido con todos los requerimientos que nos han pedido para ir reiniciando las clases paulatinamente con la responsabilidad que nos caracteriza pero recibiendo a nuestros estudiantes nuevamente para que el daño ya causado no sea mayor y ya no prolongar más este desgaste.
Ha sido nuestra región la más dañada, Latinoamérica siempre atrás, pues Norteamérica y muchos países en Europa vieron interrumpirse sus clases pero intermitentemente las han reiniciado y en este momento el calendario internacional permite que muchos países estén en vacaciones escolares. Pero nosotros necesitamos regresar pronto a nuestras aulas así que les pedimos encarecidamente a los padres de familia, a la comunidad en general y a nuestras autoridades que se den prontamente la vacunación a los niños y niñas de 12 años en adelante masivamente para alcanzar nuestra inmunidad de rebaño que si bien en cierto se nos está advirtiendo que no nos blindara por completo, pero que nos protegerá de daños mayores y nos permitirá aprender a vivir con el virus pero cuidados.
Atentamente,
La pandemia cambió el mundo. Todos aquellos referentes con los que actuábamos, pensábamos y, sobre todo, con los cuales vivíamos, no solamente fueron cuestionados, sino que, en la práctica, fueron modificados en un periodo de tiempo muy corto. Quedarnos en casa, aislarnos socialmente, dejar de mostrar afecto físico, dejar de ir a la escuela y al trabajo, cubrirnos para no infectarnos; en fin, una serie de medidas que trastocaron todas las acciones, costumbres, ritos y tareas que, conscientes o no, estábamos acostumbrados a realizar en nuestro día a día.
Todo el mundo coincide con que estamos frente a uno de los momentos históricos más álgidos de la humanidad en el que la incertidumbre, el miedo y el desconocimiento son experiencias genéricas que marcan a cada ser humano según su situación particular.
Escuchamos día a día el número de infectados, personas que fallecen y enfermos recuperados en nuestro país y el mundo. Tenemos información cada minuto y nos llega a través de todos los medios, pero nadie, absolutamente nadie, sabe qué sucederá después de que esta crisis sanitaria termine –si es que será, tal vez, el caso– y que debamos “volver a la normalidad”. Muchas posiciones e hipótesis han surgido: unas pesimistas y negativas que consideran que la explotación, el individualismo, la depredación al planeta y a la naturaleza, el “sálvese quien pueda”, el exacerbado e ilimitado consumismo continuarán e, incluso, se profundizarán en el marco de lo que podría denominarse un estado totalitario aliado a la tecnología (tecno-totalitarismo). Otras más optimistas que consideran que la crisis del coronavirus puede ser un punto de inflexión para que en todos los frentes (Estados nacionales, ciudades, comunidades e individuos) se promueva un mundo alternativo en el cual prime la solidaridad, la resiliencia, el apoyo y el cuidado colectivo, la conciencia ecológica, la justicia y la equidad.
Entre todo esto, el mundo de la educación, la escuela, los procesos pedagógicos y nosotros, los y las docentes, también nos hemos visto afectados en nuestra conciencia, nuestra práctica y, por lo tanto, en nuestra labor. De pronto, sin previo aviso, la epidemia nos deja sin el espacio del aula, nos quita nuestras herramientas de enseñanza, nos replantea los tiempos, los horarios y las prácticas a las cuales estábamos acostumbrados para enseñar; pero, sobre todo, nos aleja de nuestra contraparte más preciada, la que da sentido a la labor que realizamos: nuestros niños y niñas, adolescentes y jóvenes estudiantes.
Sin avisarnos, de una manera repentina, casi violenta, la epidemia y la crisis sanitaria nos pone frente a un computador y nos obliga –sin preparación previa para muchas y muchos de nosotros– a planificar, organizar y dar clases en una modalidad que muy pocos –o en muy limitada medida– conocíamos: la educación a distancia.
Hoy cuando han pasado cerca de 16 meses de interrumpidas nuestras clases presenciales nos preguntamos qué podemos esperar hasta cuando más nos prolongaran esta medida, es que no se dan cuenta que nuestros niños, niñas y jóvenes necesitan regresar a un ambiente donde se les permita crecer claro está dentro de todas las medidas de bioseguridad pero necesitamos que sigan cultivándose en un ambiente comunitario y esta su escuela está esperando por el aval de las autoridades luego de haber cumplido con todos los requerimientos que nos han pedido para ir reiniciando las clases paulatinamente con la responsabilidad que nos caracteriza pero recibiendo a nuestros estudiantes nuevamente para que el daño ya causado no sea mayor y ya no prolongar más este desgaste.
Ha sido nuestra región la más dañada, Latinoamérica siempre atrás, pues Norteamérica y muchos países en Europa vieron interrumpirse sus clases pero intermitentemente las han reiniciado y en este momento el calendario internacional permite que muchos países estén en vacaciones escolares. Pero nosotros necesitamos regresar pronto a nuestras aulas así que les pedimos encarecidamente a los padres de familia, a la comunidad en general y a nuestras autoridades que se den prontamente la vacunación a los niños y niñas de 12 años en adelante masivamente para alcanzar nuestra inmunidad de rebaño que si bien en cierto se nos está advirtiendo que no nos blindara por completo, pero que nos protegerá de daños mayores y nos permitirá aprender a vivir con el virus pero cuidados.
Atentamente,
Ariadne Iglesias